La revolución Bolivariana descansa, al arribar a sus once años, sobre una peligrosa y deslizante apatía popular que se extiende a todos los sectores, en particular los más necesitados, masas populares estas que en el pasado corrían entusiastas al encuentro de un fresco proyecto político hoy con síntomas de desgaste.
Ese sentimiento va tomando formas peligrosas, formas que flirtean con convertirse en indiferencia y resentimiento ante las esperanzas frustradas de un amplio sector de la población. La sombra de la amargura desmotivadora y desmovilizante se va alojando sinuosamente en el ánimo del común, ante la miope o casi ciega mirada de aquellos que irresponsablemente se han erigidos como dirigentes o conductores de un proceso que los arropa y les queda demasiado grande; imposibilitados en su arrogancia de descifrar los códigos del común, persisten en su recorrido hacia el abismo.
En vez del desmontaje del monstruoso e ineficiente tejido institucional, burocrático y corrupto, lo que se desintegra y desmorona ante nuestros ojos es la confianza y el empuje de un pueblo que en pasado dio su apoyo irrestricto a un naciente proceso revolucionario. Hay cansancio, desgaste y apatía en los de abajo. En el juego pueblo versus instituciones la cuenta va Instituciones 10 pueblo cero.
Una muestra de la necesidad de una terapia intensiva de oxigeno para la revolución la podemos encontrar en los diversos movimientos sociales y su desenvolvimiento dentro del proceso.
La mayoría de las organizaciones sociales contestatarias, movimientos populares, otrora válvula de escape de los resentimientos históricos acumulados por las desigualdades se han convertido en “discapacitados sociales” ante un estado reductor, que los ha liquidado en su accionar libertario y rebelde con prebendas institucionales, que los amarra e inmoviliza a través del brebaje acondicionador del financiamiento estatal y por esto se han transformado en cómplices silenciosos del desgaste del ideal revolucionario”
Algo similar pasa con el pueblo desmovilizado. Ante el desgastado discurso político oficial aunado a la falta de respuesta a innumerables problemas que aun aquejan a nuestra desigual sociedad, sumada a la infranqueable indiferencia institucional para dar respuesta y la eficaz manipulación mediática, el común tiende a atrincherase en un distanciamiento político, como el que se observaba en los anteriores gobiernos de derecha donde la consigna popular parecía ser: “no me interesa la política.” Esto suma o resta a la hora de expresarse a través del voto.
Tenemos una “revolución engatillada” y atrapada dentro de un discurso agotado, estatal, que ya no llega al común, con instituciones erigidas altaneramente y con una misión: cachetear y despreciar al pueblo, mientras la derecha avanza cabalgando sobre los errores, contradicciones y desaciertos del proceso y encima de los lomos de los medios de comunicación enemigos y del tutelaje de poderes externos que le allanan el camino hacia el poder y rumbo al eminente choque de trenes en las elecciones del 2012.
Ávida de la frescura de un levantamiento popular general, que oxigene y reoriente el rumbo, un movimiento de bandera libertaria y contestataria y desligado del tutelaje estatal, la Revolución bolivariana espera por su rescate o la muerte
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